...blog literario de rubén rojas yedra

lunes, 27 de febrero de 2012

Manuel Rojas (1951, Utrera, España)


Atardecer tormentoso

Reloj II



[Sin título]

Reloj IV

Lágrimas I

Lágrimas II

Enseres

Arquitectura en colores
Abstracto I

viernes, 10 de febrero de 2012

Eloy Tizón (1964, Madrid, España)

Estela Gallardo sonreía para adentro. Era de esa clase de personas que se anotan en las manos los recados urgentes. Estela Gallardo tenía las manos escritas. Manchas de amor. Manos. La blancura de sus manos. Manos de leche, de arroz con leche, de nieve un poco sucia. Manos más blancas que el blanco. Más allá de lo blanco. Las manos de Estela Gallardo alzaban el vuelo a los estantes más altos en busca de unas agendas o se posaban en silencio, unos minutos, junto a la sombra lila de un lápiz. Y el aire se llenaba de unicornios. Ah, qué difícil era poblar esa espera, ese crujido, leve (cuanto más leve más terrible), esos dedos de repente convertidos en raíces o tentáculos, en monstruosos ángeles. (p. 27)

Se amaban, pero no se conformaban con eso, sino que al mismo tiempo que amaban relataban sus amores, para sí mismos y para el otro, juntos o por separado, en cartas, diarios y pliegos, de forma que si con una mano acariciaban, con la otra mano hacía el comentario de esa caricia, y el comentario del comentario, con lo cual su amor iba adquiriendo un peso trágico, manuscrito, y escribir era lo más parecido a vivir. (pp. 45-46)

"El arte", pensaba el emperador, "es el intento de reparar los errores del tiempo, que te da la espina pero no te da la rosa." (p. 48)

De qué está hecha la literatura. De sueños. Más que palabras o acciones, los libros y las historias son colmenas misteriosas, caparazones sonámbulos. (p. 56)

Los juglares amenizaron la cena interpretando canciones con un aire de balada. Un trovador vestido de verde se adelantó unos pasos en la tarima, carraspeó, abrió la boca para hablar y de su garganta brotó un sonido especialísimo, como cristal, que suspendió los ánimos. Tenía una voz prodigiosa. Oyéndole, uno creía volar. Aquella boca encerraba varios pedazos de cielo. Al oírle cantar uno sentía que, pese a todos los horrores pasados, presentes o venideros, en ese preciso instante era maravilloso estar vivo. (p. 59)

martes, 7 de febrero de 2012

Roberto Bolaño (1953-2003, Chile)

Muchas pueden ser las patrias, se me ocurre ahora, pero uno sólo el pasaporte, y ese pasaporte evidentemente es la calidad de la literatura. Que no significa escribir bien, porque eso lo puede hacer cualquiera. ¿Entonces qué es una escritura de calidad? Pues lo que siempre ha sido: saber meter la cabeza en lo oscuro, saber saltar al vacío, saber que la literatura es básicamente un oficio peligroso.


Qué triste paradoja, pensó Amalfitano. Ya ni los farmacéuticos ilustrados se atreven con las grandes obras, imperfectas, torrenciales, las que abren camino en lo desconocido. Escogen los ejercicios perfectos de los grandes maestros. O lo que es lo mismo: quieren ver a los grandes maestros en sesiones de esgrima de entrenamiento, pero no quieren saber nada de los combates de verdad, en donde los grandes maestros luchan contra aquello, ese aquello que nos atemoriza a todos, ese aquello que acoquina y encacha, y hay sangre y heridas mortales y fetidez. (2666, 2004: 289-290)